A
las ocho de la noche, cinco horas después de llegar a Desecheo, la yola fue puesta en el agua nuevamente. El mar tenía entonces
una serenidad irónica. Por otra parte, los tarugos de tela con que reparé la
yola limitaron la cantidad de agua que le penetraba por debajo y por los lados.
El mar no era ya nuestro gran peligro. Ahora, debíamos llegar a tierra sin ser vistos por los guardacostas o por alguien que, desde terreno firme, al vernos,
diera la voz de alarma. Esa era la expectativa; ese era el temor. Pero las alegrantes
y cada vez más cercanas luces de la isla nos hacían confiar que todo iba viento en popa.
...... margen norte donde un río entregaba sus aguas.....