La
noche iba pronto a teñir de negro el paisaje mojado, pues hasta donde la vista alcanzaba, la claridad del sol se perdía entre
el agua y las nubes. Aunque las olas no daban tregua, amainaban y se hacían cada
vez menos altas. La escasez de potes plásticos para sacar agua obligó a que usáramos las vasijas de comida y las gorras metálicas
de algunos. Sin embargo, cada vez quedaban menos envases con que extraer agua y menos gente dispuesta a extraerla. Muchos
se negaban a reemplazar a los que hacían esta tarea. Los más cooperadores, quejándose del agotamiento y de que otros no ayudaban,
se desentendían y se entregaban a la inercia y por nada querían extraer más agua. Desaguar la yola significaba seguir a flote,
continuar con vida. La tarde avanzaba y otros tres y yo continuábamos desaguando la yola e insistiendo en que más gente cooperara;
pero no hacían caso. Me resultaba incomprensible que prefirieran morir a sacar agua; lo consideré increíble hasta que yo mismo
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